Texto: Igor Cubillo |
Las de Lucinda Williams no son canciones fáciles; en su mayoría, no son descargas que te lleven a menear el esqueleto, ni cuentan con estribillos pegadizos y tarareables. El repertorio de la songwriter de Louisiana está concebido para ser escuchado con detenimiento, para aceptar gustoso arañazos y pellizcos, para contemplar con actitud aprensiva cómo abre y muestra sus heridas, las del alma y las del corazón.
El sentimiento provocado por vicisitudes como la espera, el abandono y la añoranza, cierta vocación poética y el tormento de personas en conflicto inundan el legado de una cantautora reverenciada por sus colegas, y por la crítica, que comenzó su carrera en 1979. Ése año publicó 'Ramblin', estreno anclado al blues y al folk al que han seguido diez álbumes que la han erigido en apóstol del country alternativo. El de artista para artistas es reconocimiento escaso para una cantante, guitarrista y compositora mayúscula que exprime la raíz musical americana como pocos lo hacen.
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