“Esto es música clásica vasca”. Explicó a este cronista el espectador que ocupaba el asiento contiguo (no desvelaré el nombre del pecador). En ese momento, mi mente viajó al primer concierto de Ruper Ordorika que tuve oportunidad de ver, poco después de la publicación de su segundo Lp, ‘ Ni ez naiz Noruegako Errege (Elkar, 1983). Un mozalbete de edad inimputable recién estrenadas sus primeras gafas para la miopía observaba al cofundador de Pott Banda y sus ‘Mugalaris’ de entonces. “Esto es música de vanguardia vasca”, le aclaró un veterano (no recuerdo el nombre del pecador), percatado seguramente de su cara de despiste.
La elipse temporal y nuevamente la cara de despiste ante la aparente contradicción cobraron aún más sentido cuando el intérprete arrancó con ‘Herdoilarena’, un clásico en el repertorio de Ordorika desde su publicación en su primer disco, ‘Hautsi da Anphora’ (Elkar, 1980). Sin la urgencia de tener que presentar un trabajo recién salido del horno, fue repasando su extensa discografía hasta que, mediado el repertorio, llegó el turno de ‘Kontserba fabrikaren aurrean’, el primero de los temas perteneciente al más reciente ‘Guria Ostatuan (Elkar, 2016). Fue el inicio de un clímax final en el que brillaron clásicos como ‘Zaindu maite duzun hori’ o ‘Haizea garizumakoa’, antes de encarar dos generosos bises que terminaron con el público en pie, tras casi dos horas de concierto. Todo impulsado por la excelente sonoridad del reciento (“La mejor sala de conciertos de España”, lo calificó hace unos años el manager de una banda que actualmente llena estadios).
A base de coherencia artística y brillantes composiciones, Ruper Ordorika ha logrado la cuadratura del círculo: conservar a los espectadores que le escuchaban en aquellos inicios e incorporar a jóvenes seguidores. Tal vez sea porque su música no depende de modas o etiquetas, es un ‘songwriter’ (como me acostumbró a llamarlo mi compañero Igor Cubillo desde su enciclopédica sabiduría musical) apoyado por una magnífica banda de rock.
Y así continúa, mezclando en sus canciones el olor del asfalto neoyorquino y el verdor de las montañas de Euskal Herria. Tal vez ese sea el sentido del contrasentido. No hay que darle más vueltas: Ruper, sigue por favor en la vanguardia del clasicismo.
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